En “… el encuentro fortuito
de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección”
privilegiamos la presencia del paraguas, la máquina de coser y la mesa [que es]
de disección [no una mesa cualquiera, pues conviene no olvidar esta puntualización
que hace de la mesa una mesa aséptica, superficie neutra como el lienzo de
cualquier pintura], pasando por alto –intuyo que con algo de premeditación y
mucho de esperanza– lo que, al menos como yo lo veo, constituye el meollo de la
proposición del viejo Conde: se trata de algo fortuito, azaroso, contingente,
innecesario. Y por supuesto, pero también lo que más nos cuesta aceptar, algo
que puede ocurrir más allá de nuestra presencia; aún mejor, algo que ocurre
preferentemente en nuestra ausencia, la cual vendría a contaminar, a infectar
la imprescindible asepsia del lugar de la celebración del encuentro, de sobra
remarcada: [una mesa] de disección.
A modo de conclusión
precipitada –dado que nos gustaría hablar de ello de manera más extensa y
detallada– ya podemos señalar la negación del espectáculo en el origen y la
causa de lo espectacular en el rechazo de la inclusión del artista en todo este
asunto, dado que el artista sería quien acudiese a darle cuerpo (la obra de
arte, el objeto disecado) al suceso. Cosa que sucede. Hecho delictivo. Accidente
desgraciado.
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