domingo, 27 de agosto de 2017

DE POETAS Y POETOS



Los hombres amán a las mujeres con desesperación: su propia desesperación. Desconocen, desprecian cualquier otra circunstancia que, inclusive, pudiera ser suficiente para hacerlos felices. Los hombres no comparten la felicidad, se la adueñan y ejercen sobre ella todo el poder cobrado en la conquista. Es el cuerpo de la mujer, y no la mujer, eso buscado por los hombres: un territorio donde ejercerse. Así las cosas, ¿cómo no vivir con violencia lo que se ganó violentamente? El hombre ama como un ejercicio de fuerza.
¿Justificarlos? No. Desnudarlos. Exhibirlos. Exponer a la luz del sol, al desafío de las costumbres, la miseria de la mirada más arcana de los hombres, aquella que los poetas, diciendo adorar a la mujer por sobre ellos mismos, han pergeñado en sus versos como la imagen de la mujer que más se ciñe a sus deseos de una mujer incorpórea.
El hombre vence siempre, por eso si la pelea no es noble. La mujer asiste ahí como la sombra. Como la sombra de un boxeador con la cual se bate a sabiendas de que será él quien golpee. Pero no, el hombre ama a la mujer que no le hace sombra.
(en escena, el desigual combate de un hombre contra una mujer. Mientras, se escucha, muy suave, lejana, profunda, la lectura de dos poemas y el verso de un tercero. Dos pertenecen a José María Fonollosa, de su poemario Nueva York: Ciudad del hombre. El otro, a Andrés González Blanco, Poemas de Provincia. Fonollosa es brutal y directo, demasiado suficiente. Andrés González, tibio y condescendiente, falsamente humilde. Lo destacable es que uno y otro hablan de lo mismo sin reservas. Buscando en la mujer cuanto le sea provechoso
1
“No hay nada bueno en ti. Por eso te amo.”
2
Novia de la provincia, que eras ardiente y bella
y tenías los ojos negros de apasionada,
en mi alma has dejado tan perdurable huella
que a pesar de los años aún no ha sido borrada.

Toda mi vida entera de ti está perfumada;
y cuando ensayo a solas mi elegiaca querella,
aunque leáis el nombre de alguna nueva amada
podéis creerme; es sólo por ella, sí, por ella.

Bien sé que he profanado su nombre varias veces
y que he apurado el cáliz del tedio hasta las heces,
buscando en los placeres alivio a mi inquietud.

En vano, amigos, ha sido en vano;
mi vida se reduce a un amor provinciano
después del cual ha muerto mi loca juventud.

3

Todos tienen derecho a usarla. Todos.
La lluvia no mojó sólo una calle
ni el sol salió para uno solo.

La mujer es para eso, paraíso,
para uso de los hombres. Campo abierto.
Es fácil de entender. Es bien común.

Es la hembra de la especie. La de todos.
Y ha de entregarse a aquel que le apetezca.
Por eso va cambiando de un hombre a otro.

Esa es su utilidad como mujer.
Por tanto, aunque se tome por la fuerza,
es mi derecho a usar lo que es de todos.

Así habla el hombre a solas. Cuando está solo y sale en acoso de la mujer que ama, porque odiarla ya no le parece suficiente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario