viernes, 12 de mayo de 2017

UN CUENTO LÚBRICO





No oponga resistencia, me ordenó la Gran María Mercedes mientras sus manos diestras se afanaban en bajarme los pantalones de pana. La Gran María Mercedes no es mi médico de cabecera ni tampoco la practicante encargada de ponerme las inyecciones que mi médico de cabecera me receta continuamente y con malas maneras. De modo que no debe ser a fin de procurarme ninguna mejoría que la Gran María Mercedes me quiera con los pantalones de pana caídos a mis pies. Además, me encara de enfrente y no por la espalda, como sería lo normal, lo propio de un practicante diplomado, de los cuales sé todo cuanto puede saberse debido a ser yo un enfermo crónico. Desde que recuerdo, no ha pasado ningún mes, que se cuentan por años, en el cual no tuviera o tuviese que inyectarme algún mejunje frío cuyos extraños nombres he preferido no memorizar para así no rebajar las virtudes mágicas que las palabras pierdan al pronunciarlas quien no está en sus arcanos. A lo mejor era por esta razón que la Gran María Mercedes no me daba más pistas sobre sus intenciones. Fuese lo que fuese que iba a hacer conmigo tras bajarme los pantalones de pana, debía de tratarse de algo mágico, extraordinario, cuyo previo conocimiento me habría puesto sobre aviso y lo hubiera o hubiese de acontecer, ya no lo sentiría yo como un todo pleno, absoluto, sin otra finalidad que ello mismo, y donde yo debía permanecer el mayor tiempo posible en tanto sujeto pasivo o, como así lo dijo la Gran María Mercedes al cabo, sujeto sorprendido.

Ya puede salir de su asombro, fueron sus palabras exactas, o quizá fueron las palabras que yo quise escucharle. Porque me salí. Me salí completamente curado… para que luego hablen mal de los tratamientos inverosímiles, como los llamaba mi médico de cabecera.

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