lunes, 22 de mayo de 2017

FAVOR y FERVOR




El editorial de El País de El día después (en la política y en el cine segundas partes nunca fueron buenas), o sea de hoy, Lunes al sol, asegura con vozarrón de profeta bíblico (pero los profetas hablaban bajito por si acaso): …la demagogia de los de abajo contra los de arriba se ha impuesto a la evidencia de la verdad, los méritos y la razón. Desde luego, El País no es ‘nada demagógico’ si, como define la RAE, la demagogia es la práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular. Algo paradójico en boca de quien, como cabe suponer,  sobrevive de la venta de periódicos, que mayormente han de ser del agrado y la confianza del gran público. Ello me lleva a pensar que El País considera la posibilidad de dos tipos de demagogia –como decía Umberto Eco acerca de las lecturas-, una demagogia buena y otra mala, una natural y otra perversa, pues conseguir el favor del pueblo –el favor popular-, al menos en democracia, es la condición sin la cual no se accede al poder. La demagogia buena sería aquella que aun valiéndose del susodicho favor popular en su ascensión –el jesuítico “el fin justifica los medios”-, una vez en ‘la gloria’ sabe renunciar al mismo y ajustarse a la evidencia de la verdad, los méritos y la razón. La mala, extrañamente, aquella otra que cumple sus promesas ‘al pie de la letra’, de la cual, nos cuela El País de manera subrepticia, haríamos mejor hablando de política-ficción. O sea, como al principio, escuchar la prohibición original de no tocarle las narices a Padre-dios, o escuchar las falsas palabras de la serpiente, quien en realidad esconde en su piel arrastrada al mismísimo Diablo. Poco hemos adelantado.

Y es lo cierto que hemos adelantado poco -por no mostrarnos pesimistas en exceso- si como El País en su editorial de ‘El día después admite y nos deja dicho sin asquearse, ni siquiera ruborizarse, todavía estamos en la dialéctica del Arriba y abajo, recomendable serie de televisión inglesa, ya que mencionan el brexit. No voy a entrar en la palmaria injusticia de esta división, ¿puro determinismo biológico tan a la page?, pues con hacerlo así, probablemente me metiera de cabeza en la demagogia de los de abajo, situación que arruinaría mi intención de ser tenido en cuenta por quienes hasta aquí me hayan seguido y en ello encuentren el momento oportuno de abandonarme. De otra parte, tampoco me parece necesario. Basta con ceñirse a la literalidad del enunciado para inferir de la misma cómo no es, ni siquiera, que haya dos demagogias donde escoger, pues a la demagogia de los de abajo no le opone El País la demagogia de los de arriba. Tal y como puede verse –tampoco es necesario leer tan falaz discurso- El País atribuye a los de arriba la evidencia de la verdad, los méritos y la razón. De dónde le vienen tan gratificantes atributos, no se sabe, pero, desde luego, queda implícito por no expresado, que no del favor popular (es decir, no de manera democrática), sino, en el mejor de los casos, de su fervor, de su entusiasmo por la verdad, los méritos y la razón que los de arriba le permiten envidiarle a los de abajo.

Adenda. Sin mucho  disgusto, desazón o agobio por mi parte, podría admitir la evidencia de la verdad –faltaría que la verdad no fuese evidente, aun cuando haya mucho por hablar al respecto, baste con recordar el dictum de Mairena: La verdad es [evidente] la diga Agamenón o su porquero. Agamenón: Conforme. Su porquero: No me convence- y de la razón, en tanto también la verdad es juicio o proposición que no se puede negar racionalmente. Mas meter en medio los méritos para que la cosa suene, finalmente, a santísima Trinidad, lo encuentro artificioso, poco o nada natural, incluso malintencionado. Vale, pero sin terminar de creérmelo, que la verdad y la razón se den de por sí y ad eternum [el poder es el poder, como la rosa es la rosa], pero los méritos… Los méritos no se reciben como ‘la gracia’, hay que ganárselos, son consecuencia de las acciones humanas. Y da la casualidad que tales acciones hacen meritorios tanto de premio como de castigo, de pena como de gloria. En las actuales circunstancias, me refiero a las circunstancias ‘nacionales’ que no puede dejar de contar El País aunque así lo prefiriera, dan más para lo último que para lo primero.

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