martes, 4 de abril de 2017

ENALTECIMIENTO DEL TERRORISMO (un cuento moral)



Recuerdo un tren que partía de Granada a una hora determinada y a una velocidad media de ‘x’ kilómetros por hora, con destino a Madrid. Otro tren semejante salía de Madrid, a esa misma hora y a una velocidad igualmente controlada, en dirección a Granada. Este era el problema que nos planteaba el profesor de matemáticas, y la gracia consistía en dar con el punto y la hora en que los dos trenes coincidirían. A mi semejante circunstancia me producía pavor. Que dos trenes repletos de inocentes pasajeros, que por las circunstancias irían medio dormidos, fuesen inevitablemente a chocar , dejando en los cálculos de unos ignorantes chiquillos la posibilidad de evitar tan anunciada catástrofe ferroviaria, lo encontraba de una crueldad y de una irresponsabilidad inconcebibles en la mente de un adulto. Y así se lo hice saber a nuestro profesor. Pero él, de quien se rumoreaba que en juventud  había tonteado con la FAI, en lugar de alarmarse como yo lo estaba y correr a desmontar el embolado, me levantó del pupitre y se me acercó con evidente aire amenazador. Ya calculaba yo el tiempo en que la palma de su mano diestra se estrellaría contra mi mejilla izquierda, cuando bajó la cabeza hasta ponerla a mi altura, acercó su boca a mi oreja y me susurró unas palabras que me desconcertaron aún más que el hecho de no recibir la bofetada que me esperaba: Son trenes militares, apenas le oí  que me decía.

Hoy, a más de cincuenta años de aquel suceso, que gracias a dios no tuvo consecuencias, mientras me entretenía hojeando la historia gráfica de un tal Elías, a quien un carro de fuego subió a los cielos de manera inopinada, he podido comprender al fin que mi antiguo y dudoso profesor de matemáticas, sólo soñaba. Y  que si yo hubiese querido evitar lo que a todas luces no era sino un atentado en toda regla, como se solía decir, debería haberme puesto a resolver el problema con tiempo para dar la alarma.   

lunes, 3 de abril de 2017

EL ESPLENDOR Y LAS RUINAS



Cuando los pobladores de Noland se volvieron tan antiguos como la tierra que pisaban (…y entonces se dio entre la tierra y sus moradores el parecido que se crea al estar hechos del mismo material…) decidieron levantar dos Monumentos que los perdurara hasta más allá de las Cuentas del Tiempo, el Almanaque solar por el cual se guiaban con tan perfecta exactitud como armonía. A uno lo llamaron Monumento a la Memoria. Y al otro, su parejo, Monumento al Olvido. Constan en los Anales de Noland las Disposiciones que deberían regir la construcción. Los dos tendrían el mismo tamaño, continente y contenido y ocuparían la misma plaza –allí donde ya tenían calculado los agrimensores el nodo de Noland-, de modo y manera que no se pudiese ver el uno sin estar viendo a la vez el otro, como a las parejas en el lecho. Habrían de erigirse al par, en sintonía. Con un único pensamiento expuesto en dos dibujos incomparables. Por los mismos pares de manos animados por un solo corazón. Igualmente ,y como conformando la finalidad de Las Disposiciones principales, aparece un añadido cuyo sentido aun hoy sigue confundiendo a los exégetas del documento:

 Nada extraordinario se ha de ver en la voluntad de los nolanos –y no nolardianos como mal escriben muchos- de levantar los nombrados monumentos: Monumento a la Memoria y Monumento al olvido. No se halle en ello ningún afán compensatorio, y menos aún el intento extranjero conocido como La identidad de los contrarios, entre la memoria y los olvidos. Lo de afuera y lo de adentro. Lo lleno y lo vacío. La suma y la resta. El esplendor y las ruinas. En fin, todo cuando se acaba y se empieza en el mismo instante. lo nuevo que se sucede de lo viejo.