miércoles, 18 de mayo de 2016

IMPASIBLES



Hay casualidades hermosas. La hermosura siempre es una casualidad. Cuando no todo nos parece hermoso, las casualidades suelen venir a redimirnos de tan aborrecible sensación. Cuando no a todo lo encontramos casual, algo que sucede muy a menudo, su hermosura es lo que nos viene a pillar desprevenidos.

Pero, a la larga, parece que nos va más lo cierto que lo fortuito. Un banco de piedra que una silla coja. La tierra que el mar. El centro que los extremos. Y es lógico, natural y, ¡cómo no!, sensato. Típico de la clase media que todos llevamos dentro –Wilhelm Reich lo sabía- y que desea un arte voluptuoso y una vida ascética, cuando sería mejor lo contrario

en cursiva: Sergio del Molino, La España vacía. Theodor W Adorno, Estética.

lunes, 16 de mayo de 2016

LAS COSAS COMO SON



lo que no está lo que falta lo que tenía que estar y no está lo que no debía faltar y falta no hay mayor prueba contra las cosas como son

las colecciones de lo que sean jamás se cierran nunca llegan a estar completas exactas pero no es sino por esas piezas de menos que aún no están que se esperan que se buscan con manía y desesperación que son y se hacen las reunidas colección mientras tanto y así sucesivamente

un día tras otro a diario como una obligación o como una promesa la promesa del coleccionista insatisfecho un amigo londinense se fotografiaba en un fotomatón callejero un día y otro día y todos los días como una devoción hacia mí cumplimentando nuestra amistad lejana me enviaba una de esas fotografías adheridas con firmeza a una cartulina dura resistente imperecedera de 10x15 cm por correo ordinario tarjeta postal en la cual por una de sus caras blancas estaba él y por la otra la reina de Inglaterra joven luciendo lozanía yo recogía el correo separaba de sus envíos los otros los guardaba en una caja azul dedicada expresamente a ellos fotografías de  había escrito en la tapa con las letras de una vieja imprentilla así durante tres años mil doscientas noventa y cinco días mil doscientas noventa y cinco tarjetas con fotografías de él que apenas se diferenciaban las unas de las otras y estampas de la reina siempre la misma aunque su precio el precio de esa estampilla coloreada que le permitía viajar por el mundo evolucionaba cada equis tiempo de menos a más como muy remotamente la había pasado a los monos 

a lo mejor por este incremento en el precio del correo postal o porque la reina inglesa estaba envejeciendo y ya gustaba poco de tanto vagabundeo de un confín a otro confín o porque cansado viejo desatendido se sentía también mi amigo londinense como su reina o porque había matrimoniado y su mujer no quería compartirlo con nadie o porque los carteros de moral siempre dudosa se pusieron de huelga indefinida por una vida mejor para ellos y sus familias certificadas el caso fue que el primer día del que debía ser el cuarto año de tan extraordinaria correspondencia bajé al buzón y lo hallé vacío como un soufflé y así me volvió a suceder al día siguiente y al otro y otro y otro tiempo durante el cual sólo era capaz de pensar del modo egoísta característico de los coleccionistas que mi colección iba a quedar incompleta como pasa siempre con la vida de los otros cuyas razones para desaparecer mejor que nos sigan siendo desconocidas cuanto más largo mejor

jueves, 12 de mayo de 2016

SANGRO, LUCHO Y PERVIVO



A lo mejor fue el sabio Salomón o el menos categórico príncipe Priet Kropopkin, por no mencionar al temible Jean Saul Partre, uno de los tres hubo de ser, quien pronunció aquello de “mi libertad termina donde empieza la de los demás.” Una frase, inmejorable epitafio de un padre cruel, pergeñada, a mí no me cabe dudarlo, durante la fase optimista del sueño libertario y que debe su fama y repetición en las bocas de los asentados rebeldes de un día del ayer, no a su tino, sino a la generosidad con la que pone a los demás a la altura del yo latente en la misma. Todos al suelo.

El marqués de Sade, mucho me lo temo, no habría estado de acuerdo. Para el marqués de Sade la libertad era un exceso; atreverse hasta un mucho más allá de..; entrar en el territorio del otro, vencer su resistencia o su pasividad. Lo cual, pese a todo, no llega a estar del todo reñido con la advertencia salomónico-sartreana o el ruidoso principio libertario, aun cuando en su sencillez  bien que parezca que lo conculca, pero no a patadas, como sería lo suyo. La línea divisoria entre la libertad propia y la ajena es como una frontera en tiempos de guerra entre dos países vecinos: el objeto del litigio. Si una de las partes no se tomase la libertad de cruzar esa línea -¡allá motivos tenga¡-, no alcanzaría a sentirse libre en verdad, como no cabe de otra forma. Y si la otra no se le opusiera con igual o más afán concebible en un ser libre, no andaría ejerciendo su libertad de ninguna de las maneras.

El asunto, como ven, es más complicado de lo que nos gustaría. Está ya en nuestro origen y contiene la suma de todas nuestras cuitas, más tarde humanas. Y todo porque un buen día, allá en la antigua Grecia, a Eurípides le dio por, en su enfrentamiento con los otros comediantes de la gloriosa Atenas, que no lo soportaban, sacarse de su tórrida sesera, la metáfora más banal de todos los tiempos: La vida es lucha (y despiadada, profundizaría en las palabras del abuelito un poeta catalán siglos más tarde. Pero lo peor quizá no fuera esto. Lo peor fue que al de Salamina –de dónde si no- le dio también por introducir en sus comedias algunas nociones de igualdad. Por ejemplo, que las mujeres son fuertes y los esclavos, no tan ignorantes de como se los mira. Bien que fuera porque, como dice Claudio Magris (No ha lugar a proceder), “la imitación es un proceso fundamental en la evolución; un mono imita a otro que ha sido capaz de coger un fruto difícil de alcanzar, repite el gesto hasta que el gesto es suyo, su naturaleza.”  Claro que, antes de Cristo, momento en el cual el mono recibe la absolución a su ser simiesco, todavía no rendían dividendos los derechos de autor. 
(a Mario Zorrilla Rojo)