A mí
particularmente apenas si me interesa la perspectiva histórica. Eso de que
sucedan cosas para que nunca pasa nada de Lampedusa. La Historia me parece como
una mala novela policíaca, a lo Agatha
Christie o Dickson Carr, donde si es cierto que se resuelve un enigma, para
nada se alteran los hechos. El detective de novela y el investigador histórico
se parecen profundamente en que en ningún momento, como ya nos lo advirtiera
Raymond Chandler, se plantean la solución del caso porque eso sea un deber
moral, de estricta justicia, sino porque hacerlo así pertenece a la lógica del
género. O sea que las historias se significan en la Historia, pero nunca en la
cotidianeidad, en la vida diaria.
Marx,
parafraseando al mismísimo Hegel, decía que la historia se repite primero como
tragedia y después como comedia. Es decir, primero como destino -eso es lo
trágico y la herencia judaica de Marx- creer en la calle de dirección única, y
luego como voluntariedad. Como a la salida del trabajo, cuando lo normal es
quedarse a tomar unas cañas y poner, entre trago y trago, la jornada patas
arriba.
Puede
que a más de uno la comparanza le resulta banal, y a otros hasta injuriosa,
pero a mí me provoca mucho pensar que, luego de jornada del 19 de julio, cuando
Durruti y compaña se entrevistan con Companys y éste les ofrece Barcelona,
Durruti, como Bartleby el escribiente, le contesta: Preferiría no hacerlo, y se van los compañeros a celebrar la calla
que recién acaban de tomar y mantendrán en sus manos hasta los sucesos de mayo
del 37.
Quiero
creer que esos meses –llamados buenamente por Enzensberger El corto verano de
la anarquía, fueron meses de fiesta en los que las Oficinas del Poder –el Poder
es siempre una Oficina- estuvieron cerradas.
Pero
veamos otro ejemplo que a mí me resulta más cercano. 6 de noviembre de 1936. El
gobierno de Largo Caballero, incluidos los ministros de la CNT abandonan Madrid
rumbo a Valencia. La dan por perdida. Hay –se dicen- que salvar la República, y
se van. Cierran las Oficinas, incluso equivocan los sobres con las órdenes que
dan a los que se quedan. La gente de Madrid, por su parte, no entiende
semejante sacrificio. O lo que es igual, no quiere sacrificarse de forma tan
entregada y durante 20 días que Madrid anda sin gobierno, Madrid impide que los
fascistas entren en Madrid. Después ya es otra historia. Es la Historia, quizá.
Pero hay 20 días en los que la memoria de la libertad conseguida es tan
poderosa, que no hay que ir más allá para celebrarla, para vivirla.
Con
eso me quedo. A sabiendas de que 20 días no dan para escribir un texto canónico
sobre la hipotética Revolución Española. Mas, igualmente, convencido de lo
otro: la construcción de un imaginario social revolucionario, del que ahora
andamos tan huérfanos, tiene más que ver con lo mítico que con lo verdadero.
Con la comedia y no con la tragedia. Con la prerrogativas del deseo que con el
presunto motor de la historia. En cualquier caso, se trata, como diría André
Breton, de mantener el equívoco.
(fragmentos de la charla en el Eko, edificio ocupado)
grande.
ResponderEliminarestuvo genial la charla, tanto tu parte como la de Paco que nos sorprendió con su sabiduria y experiencia sobre lo acontencido en la Revolución Española
habrá que repetir,
salud
¿Qué? ¿La revolución española o la charla?
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