martes, 28 de febrero de 2012

Ética para Armadores

No le debo nada a nadie, culmina afirmando Mariano Rajoy su intervención en el Congreso de los Pijo Pollas celebrado en Sevilla –la dicharachera Sevilla- recientemente. Le acaban de ratificar como líder del Partido entre palmas y oles, en mitad de un entusiasmo que despeina a los barones pocos generosos con la gomina.

No le debo nada a nadie. Grita Rajoy a los cuatros puntos cardinales de su España, con la rotundidad, la firmeza que se pone en sostener toda afirmación falsa, cuando de lo que se trata no es tanto de volverla creíble como, a lo menos, obligatoria.

No le debo nada a nadie. O lo que viene a ser igual, pareja de bailoteo: nadie me ha dado nada.

Cuánto tristeza ha de caber en un espíritu capaz de semejante convencimiento y al cual la memoria no le asiste las veces que, aguijoneado por la congoja del momento, así es como lo piensa de sí mismo.

Que uno le debe la vida a sus padres muertos es cosa fácil de reconocer por menos agradecimiento que se ponga en ello. No tanto que hubo quien te enseñó las primeras letras con que, ahora, pergeñas tan desatenta sentencia. Que algunos muchachos –tan parecidos a ti que no eras tú y los confundes con nadie- perdieron parte de su tiempo en jugar contigo. Que, a lo mejor, una muchacha te deseo al mirarte tan ambiguo y hasta, ¡quién lo diría!, acabó por irse a vivir a tu vera, siempre a la verita tuya, estropeó su cuerpo por darte un hijo y todavía sigue ahí añorando esa primera mirada confundida. Y así, en lo sucesivo, sobrevivir rodeado de quienes no te llaman la atención y, sin embargo, ellos a ti te atienden porque es lo propio eso de atenderse mutuamente.

No le debo nada a nadie. Incluso creerlo, como creer en que los fantasmas te atosigan, parece, de tan triste, mezquino. Ruin. Miserable. Asqueroso, me atrevo. Qué poco y mal debe haber vivido quien, al cabo, sólo tiene eso para decirlo.

No le debo nada a nadie. Cuánto desprecio en labios [¿pero tiene labios lo monstruoso?] de quien acaba de recibir diez millones de confianzas sin precio a cambio. ¿Nos ha de extrañar cuanto desde entonces nos anda repartiendo? Esperen. Esperen y vean que hará cuando descubra, porque lo acabara descubriendo en su particular inopia, que toda esa gente de la cual hasta ahora piensa que no le dio nada, en realidad lo que hacía era estarlo jodiendo.

No le debo nada a nadie. El resentimiento fuerza a gobernar sin gobierno. Marianito, hijo, ¿no te dijo, padre, que no hablarás?

Paremiología

Dios [y quien dice dios dice el Estado, dice a su vez Agustín García Calvo] aprieta pero no ahoga. A lo cual sabiamente responde José Bergamín: dios [ y quien dice…] afloja pero no suelta.

Tanto dios en mitad de todo me conmovía el alma hasta que, una tarde, andando de farra cósmica, o sea: entre mojitos y metafísicas, mi amigo José Carlos Rosales me ofreció totalmente gratuita una explicación plausible, merecedora, pues, de aplauso.

¿Tú sabes por qué dios [y quien…] aprieta pero no ahoga? –me preguntó de forma tan retórica que ni tentado estuve de contetarle.- Porque dios [y quien dice…] aprieta directamente en los cojoncillos.

Atinado empleo del disminutivo (calmante), pues a ver quién tiene cojones para desanudar la soga con que dios [y quien dice…] nos aprieta sin llegar a ahogarnos, no vaya a ser que se le acabe su maldito juego.

martes, 14 de febrero de 2012

Parados Anónimos (Organización No Gubernamental)

(teatrillo con tesis)

Fed: Me llamo Federico y soy Parado.

Coro: Hola, Federico. Te queremos.

Fed: No sé cuándo empecé ni por qué. Al principio me encontraba muy bien Parado. Me levantaba cuando me daba la gana,. Me pasaba la mañana viendo la televisión o jugando con la play de mis hijos. A veces cocinaba, me gusta cocinar, o arreglaba la casa. La verdad, con cualquier cosa me entretenía y todo me hacía feliz. Por las tardes, recogía a los niños del colegio, los llevaba a merendar y al parque. Creo que los niños también disfrutaban mucho conmigo. Por la noche, además, no me encontraba tan cansado como cuando trabajaba y nuestro matrimonio volvía a funcionar como en los primeros años de casado.

Coro: sí, Federico. Te entendemos.

Fed: Pero pasó el tiempo como una flecha y ya ni encendía el televisor, me quedaba adormilado mirando la pantalla vacía. Dejé de cocinar y de preocuparme por el estado de la casa. La play me agotaba y tampoco iba a buscar a los críos por las tardes. No los llevaba al parque ni los invitaba a merendar. El poco dinero que tenía se me iba en el paro. Vivía para el paro.

Coro: Cuéntanos, Federico. Estamos contigo.

Fed: No pasa nada, me dije. Puedo controlarlo. Y les juro por lo más sagrado, por mis hijos, a los que estoy a punto de perder, que pensaba que esa situación pronto la iba a superar, con algo de voluntad por mi parte. No me di cuenta de lo engañado que estaba hasta que ya fue demasiado tarde. Un día mi mujer me dijo que debíamos abandonar la casa. Que nos echaban, vamos. Y al lunes siguiente, efectivamente, estábamos en la puta calle y sin nada, pues todo lo habíamos estado vendiendo para pagar mi paro. Llevamos los niños con los abuelos y nosotros dos nos metimos en una inmunda habitación de una pensión de mala muerte. Sé que no paso una mala racha, porque soy un parado y debo asumirlo. Quiero dejarlo, pero no sé cómo.

Coro: (aplausos. Todos, incluido el público, se acercan a Federico y lo abrazan mientras una voz en off repite:

La psiquiatría social nace de un impulso por contener la amenaza de ‘las clases peligrosas’ y que, poco más o menos, viene a coincidir con la percepción de la burguesía de la clase obrera: una masa brutal que en cuanto recibe su jornal corre a la taberna a gastárselo.

Poco sorprendentemente, el entorno laboral sigue siendo una fuente de malestar y sufrimiento. Las cosas apenas han cambiado. Sin embargo, ahora casi nadie se plantea que el origen del malestar es la propia estructura del trabajo. Se ha evaporado la conciencia brechtiana de que hasta el mejor de los patrones es una fuente de sufrimiento debido a las relaciones laborales.

Pero le dicen lo contrario para que crea que su conducta es libre. Que puede determinar su futuro. Cuando sufra por lo que le hace su patrón, piense que ha tenido un mal día

El problema es que los elementos emancipatorios han fracaso. No todo. Los dos fundadores de Parados Anónimos pasaron por una gran cantidad de pruebas que les ofrecían remedios inútiles, hasta que dieron con alguien honrado que les explicó que lo suyo no tenía cura. De esta impotencia nació un grupo de autoayuda que produjo una auténtica revolución, en la medida en que descubrió que lo que les pasa a los Parados es que están tratando de aprenden a trabajar, cuando lo que tienen que aceptar es que no hay forma de poder trabajar sin ser trabajador. Es decir, sin estar parado. ( la cursiva, colaboración de Guillermo Rendueles. Minerva 7.08)

domingo, 12 de febrero de 2012

Literatura y Anarquía. Noches polacas

La Literatura y la Anarquía, ambas, levantan a su alrededor dos ficciones divergentes que, pese a todo, terminan concurriendo en ‘ninguna parte’. Mientras la Literatura va desde lo individual hacia lo común (de lo singular al plural anónimo), la Anarquía tiene a lo común por el espacio desde donde construir la individualidad. De tal modo que ‘hecha’ la ficción de la Anarquía, quizá se vuelva a estar como al principio (si principio hay); esto es, abocados con urgencia a recurrir a las ficciones de la Literatura en pos, nuevamente, de lo común.

Dicho con rotundo desdén por la precisión y en nada agobiados por ir de la mano de los argumentos de la ciencia, Literatura y Anarquía van en líneas paralelas no por ser equidistantes y no llegar a encontrarse jamás, sino por un ir pegadas. (Mejor, así la cosa, siamesas que paralelas.) Pero en permanente acción de despegarse, lo cual habrá de ocurrir una vez se alcancen nunca.

En cualquier caso, debemos señalar la impropiedad de llamar a alguien ‘literato y anarquista’, ‘literato anarquista’. Si acaso en el extremo opuesto. Es decir, ‘lectores y anarquistas’, ‘lectores anarquistas: aquellos que leen y leen, nunca dejan de leer apremiados por olvidarse de cuanto acaban de leer, no fuera a ser una orden.

La Biblioteca de los Anarquistas

En la Biblioteca de los Anarquistas hay un título que invariablemente nunca falta. El libro que vendrá de Maurice Blanchot, un escritor francés algo incierto todavía.

En cambio, casi todos ellos [los anarquistas] esconden, como si lo temieran, el libro de memorias de un viejo camarada suyo, el cual alcanzó a ser ministro. El eco de los pasos se llama, pero dicen que ese título es del todo inapropiado.

viernes, 10 de febrero de 2012

Escatológicas

-He vuelto y pienso volver todos los días de mi vida, dice el capitalismo machacón, por boca del señor Guindos, en formal imitación de Natalia Verbeke (no tan hermosa como en otras ocasiones) en el ramplón anuncio de la leche asturiana capacitada para provocar la diarrea o la correncia. Claro que Natalia –exagerando hasta lo ‘sublime’ la imagen de belleza de los surrealistas: el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección- se encuentra y dialoga con la taza de un retrete y la cosa, finalmente, adquiere un aire de normalidad que, diría yo, nos humaniza. Mientras el tal Guindos (prunus cerasus) se dirige directamente a nosotros, españolitos del a pie y el nos guarde dios que advertía el poeta, y la cosa no resulta tan surrealista pero si, quizá, superrealista, que era como decía Vicente Aleixandre debía traducirse el termino sin amaneramiento afrancesado. Por lo demás, me da a mí que todo es idéntico en la publicidad y en la realidad, pues tanto la una como el otro lo que pretenden es cagar, bien sea verdad que el Guindo busque cagarnos encima y, encima, que le limpiemos el culo.

Sueldos de un euro a la hora en el milagro laboral alemán. ¡Vaya mierda recorre Europa!